domingo, mayo 28, 2017

Mi Eterna Juventud

Con la cabeza en las nubes
¿qué digo? más alta aún
veía pasar yo el Tiempo
en la tarde medio/azul

como lo son a menudo aquí
para un organismo del Sur
que acabó por estas tierras
en busca de alguien como tú

viendo pasar esta/aquella
esbeltas, de falda y canesú,
que se fundían con la tarde
untuosa y envuelta en tul,

que me hacían volar lejos
y me recordaban a ti
y me hacía invocarte amor
como un hada bella y gentil

que tanto se ausenta ¿por qué?
y no deja de pensar en mí
y teje y desteje sus hilos
mientras idea su ardid

esa argucia femenina
de astucia tan plena ¡sin fin!
que deshaga al fin ese enredo
donde acabaste sin sentir,

que no te acuso de nada
pero tampoco me eché a dormir
viendo la que montaban
sirviéndose mi amor de ti

del amor que me infundiste
aquella tarde en mayo (¿o abril?)
cuando te vi amor a mi lado
y sin saber por qué gemí

sin saber que Amor era eso, amor,
el sentirte tan lejos, sí,
tan inaccesible y fugaz
que casi me sentí morir

y todo me venía a la mente
en la tarde ¡toda a jugar y reír!
los niños como los grandes,
y yo en el centro (¡siempre así!)

embargado de nostalgia
viendo mi vida discurrir
igual que la gente al pasar
como si fuera amor un film

y anegado amor de repente
de compasión tierna y viril
de aquel joven taciturno
y desvalido amor que fui

que de milagro se hizo hombre
y empezó mi amor a vivir
cuando ya se le hacía tarde
¡milagro de Eterna Juventud!

(Que te ofrezco amor ¡sólo a ti!)


Silencio rey del atardecer
en la calma del estanque
mientras se hace el silencio en mi alma
habituada amor a esperarte

Silencio del bosque sacro
de las ramas de sus árboles
de su hojarasca de estío
de sus mecidos blandos y suaves

secreto ancestral -¡silencio!-
de sus plantas y habitantes,
de su duendes, de sus elfos
mitad dioses? mitad hombres

¡Abedules plateados
raza de árboles nobles!
que se elevan hasta el cielo
y se callan lo que deben

lo que no puede decirse
de la tierra y de sus hombres
del pasado que no pasa
que vivieron de muy jóvenes

que tuvo que ser un extraño
que trajo hasta aquí la suerte
el encargado de auscultarles,
de preguntar a la intemperie

intrigado y mudo al pasar
paseando por el bosque,
o a la luz de las estrellas
las noches de viento Norte,

que esquiaba entre las dunas
como alma en pena, gimiente,
susurrándome al oído
recados de un alma ardiente

que se hacía anunciar así
por estas tierras tan verdes
que me acogieron sin más
mucho antes de conocerte

sin preguntarme siquiera
¿quién eres, de dónde vienes?
Porque sabían a lo que vine
amor, a esperar a verte

en la cita del destino,
en la eternidad del instante
cuando todo sea posible
el amarte amor (y el poseerte)

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