martes, mayo 30, 2017

MARCHA REAL Y EL CARA AL SOL

El Cara al Sol fue el himno más plebiscitado por los españoles en la posguerra. Joseantonianos o no, falangistas y no falangistas. Una realidad histórica incuestionable. Himno de guerra y de victoria. Canto e himno a la vez, lo que le da un superioridad indiscutible sobre la Marcha Real (digna por cierto de todo el respeto) Recuerdo que durante la transición las manifestaciones de la Plaza de Oriente llamaban especialmente la atención -sin censuras ni anatemas- de un sector de la prensa francesa, por lo que les parecía una supervivencia insólita en la Europa dela posguerra. La emergencia de una derecha identitaria asociada o no a una catarsis del Partido Popular, como lo que aquí venimos propugnando ¿sera capaz de rescatar (y "recuperar") un himno tan telúrico y tan catártico- de lo hondo de la memoria colectiva? Al precio solo seria de arrebatárselo a los guardianes de sepulcros vacíos. Y a buen entendedor pocas palabras sobran
La final de la Copa del Rey y las pitadas al himno que cabía temer, habrán reverdecido las rencillas y odios anti-catalanistas de preferencia en los unos, y en los otros la criticas a las personalidades presentes en la tribuna y en particular al más autorizado de todos ellos, Felipe VI, por permitirlas. Son una falta de respeto, estamos de acuerdo. El himno no es la bandera no obstante y a riesgo de parecer capcioso a algunos por demás me voy a permitir meterme en honduras en el tema.

La Marcha Real -hay que reconocerlo- tiene arraigo débil entre españoles. Sin duda, en primer lugar, por tratarse de un himno, sin letra, sin letra conocida quiero decir, porque la que le puso José María Pemán no caló hondo nunca entre españoles, con todos mis respetos al gran escritor gaditano del que aquí todos saben que me referí siempre, dentro y fuera de aquí con admiración y respeto.

El himno nacional belga, a saber, la Brabançonne, que no tiene letras (es cierto) viene no obstante -su nombre incluido- de una de las revoluciones que precedieron de poco a la creación del estado belga independiente. De la Marcha Real en cambio pocos españoles conocen el origen exacto, como es mi caso. Pitidos al himno son una cosa, quema de banderas otra muy distinta. Y esa linea roja se habrá permanecido infranqueable, con mayores o menores esfuerzos y fatigas, de una liga a otra de una copa a otra.

En Bélgica -la comparación se impone aunque solo sea por razón de tratarse de mi (longevo) lugar de residencia-, la bandera nacional -tricolor, tres bandas verticales en negro, amarillo y rojo- tiene poco eco y audiencia en Flandes, quiero decir del lado flamenco de la barrera lingüística. En una manifestación por el centro de Bruselas, a la que me digné participar ingenuo de mí, mis primeros tiempos de estancia aquí -finales de los ochenta-, del Vlaams Blok hoy rebautizado Vlaams Belang (“extrema/derecha” flamenca) presencié como pateaban banderas belgas tricolores con el consentimiento ostensible de los dirigentes de aquella formación, diputados alguno de ellos, que encabezaban el cortejo. Sin mayores consecuencias políticas ni penales.

Y las visitas egregias -de la pareja reinante- a la zona flamenca se ven perturbadas invariablemente desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y sin duda de mucho antes, por manifestaciones de separatismo flamenco a los gritos de “België barst”! (¡que Bélgica reviente!) Un partido nacionalista flamenco (moderado) hoy en el gobierno de la nación -que se jactan de antiguo sus lazos estrechos con los nacionalistas vascos del PNV y con los catalanistas de Puigdemont- tiene congeladas, desde su llegada al gobierno hace ya más de dos años su agenda separatista.

Bélgica es a no dudar la mayor caja de resonancia de las pretensiones independentistas de vascos y catalanes, especialmente las de estos últimos, una causa mucho mas defendible en Bélgica hoy por hoy que la de los nacionalista vascos por razone obvias, aunque hicieran falta los atentados del once de marzo para que el grueso de la opinión pública belga mayormente del lado flamenco se curasen -en apariencia al menos- de ese síndrome vasco nacionalista que tanto amargo la existencia del autor de estas lineas una buena mitad de los años que ya viví aquí.

No hay mal que por bien no venga, y esa secuela de los atentados del once de marzo y de la campaña un tato innoble que se siguió en la prensa belga a cuenta de José María Aznar y de su gobierno del PP acusados de mentir y de manipular -¡qué horror!-, por parte unos medios (belgas) duchos en la materia como lo pondrían de manifiesto las primaveras árabes, es algo innegablemente en el haber del que fue jefe de gobierno españole (del que tantas cosas me separan como todos aquí ya saben)

En los medios políticos belgas, tanto en la oposición como en sus esferas dirigentes se arrastran de antiguo veleidades favorables al independentismo catalán, pero al grueso de la opinión pública el tema les resbala por completo, más aun les produce alergia invencible, a una mayoría, estoy seguro. Y ese es el único tubo de escape, o tragaluz se me antoja que podrían intentar las aspiraciones separatistas catalanes por cima de los Pirineos. Ni siquiera la diplomacia francesa se entrevería embarcarse en una aventura de ese cariz, por la cuenta que les trae, de cara a sus propios focos separatistas.

Y en Italia, una formación simpatizante de antiguo con la causa indpendentista catalana, la Liga Norte, hace rato que puso sordina a sus alardes catalanistas. En espera pues de la emergencia de un derecha identitaria fuerte y unida y (o) de una catarsis del partido en el poder que aquí ya propiciamos y propugnamos en anteriores entradas, cabe hacer votos porque la congelación del proceso en Cataluña sea posible como lo habrá sido en Bélgica en relación con las reivindicaciones flamencas. ¿Acaso no seremos capaces los españoles de algo de lo que sí lo habrán sido los belgas?

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